by Encuentro
Hace unos días recibí una nota que decía lo siguiente: “Mi marido quiere que le dé todo mi salario, sin embargo cuando le pido dinero para ayudar a mi madre que es una mujer viuda, no quiere darme ni un peso. ¿Cree usted que esto es abuso?”
Muchas personas me llaman o me escriben consultándome sobre la violencia doméstica. Me sorprende leer que en la actualidad los índices de abuso a mujeres y/o niños/as han aumentado notablemente en estos últimos veinte años. Digo esto, ya que nos jactamos de ser seres humanos cada vez más “civilizados”.
Hoy en día vivimos en la “era de la comunicación,” que en realidad debería llamarse la era de los aparatos de comunicación social porque las estadísticas nos dicen que a pesar de esta revolución de redes sociales, nos comunicamos menos en el círculo familiar. Pero este será un tema para otra oportunidad…
La violencia o abuso doméstico es una dura realidad. No pretendo con esta nota dar recetas que acabarían con este cáncer social, simplemente mi intención es abrir un espacio de reflexión y así crear conciencia.
Definimos violencia doméstica como cualquier situación de coerción psicológica, económica, sexual o física dentro de una relación íntima, en la cual intencionalmente se intente causar daño o controlar la conducta de una persona.
Abuso no significa solamente agresión física, sino también agresión verbal, maltrato psicológico, contacto sexual no deseado, destrucción de la propiedad, daño a objetos
(Por ejemplo: televisores, platos, jarrones, etcétera) o mascotas, control del acceso al dinero, negación sexual, aislamiento social, amenazas o intimidación a miembros de la familia del agredido.
Si observamos las estadísticas de diferentes medios, la mujeres son el blanco de abuso y luego le siguen los hijastros/as.
Si usted está atrapada/o en este comportamiento, recuerde que hay leyes que le brindan protección. Ármese de valor y haga una denuncia. Si se siente paralizada/o por el miedo, es recomendable buscar ayuda en una organización que brinde asesoramiento y contención en este tipo de situaciones.
Reconozco que es incómodo hablar de este tema con otros, sin embargo es recomendable hacerlo y buscar consejo. Podría acercarse al líder de su iglesia o congregación, puede ser el médico, docentes si se trata de sus niños o con algún líder comunitario.
Como Pastores o líderes congregacionales, es muy importante que nos mantengamos bien informados y alertas para poder reconocer así, aquellas evidencias que indican si una persona está atravesando por una situación de abuso. Sé que no es un tema fácil, pero algunas señales son más evidentes que otras. Comparto aquí algunos indicadores que un medico amigo me transmitió: cefalea crónica, golpes y hematomas principalmente en cabeza y cuello, ataques de pánico, mareos, depresión, irritabilidad, entre otros síntomas.
Por supuesto, esto no significa que todas las personas que presentan estos cuadros estén siendo abusadas, pero si usted observa varias de estas patologías, eso le dará indicios para preguntar y además poder ofrecer su ayuda.
En las Escrituras encontramos varias situaciones donde Jesús dignifica a las personas y personalmente creo que esa es la clave para detener el abuso: reconocer la imagen de Dios en el prójimo.
Me permito usar el texto de San Juan 8 (historia de la mujer adultera). Sin pretender que este texto habla de abuso doméstico, no cabe de duda que es un texto que habla de la dignificación de las personas, en este caso UNA MUJER.
Mientras que la sociedad y la religión la condenaban, Cristo la valoró como creación y recipiente de la gracia de Dios. Un pasaje dice lo siguiente: “le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Más esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. San Juan 8:4-7
Ante tanto abuso y denigración, nuestra sociedad no necesita más dogmas, ni tampoco religión. Urgimos de una experiencia real con el Cristo que lo entregó todo en aquella cruz para traer orden espiritual a nuestras vidas.
Él lo dijo claramente: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia…y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mis manos.”
San Juan 10:10, 28.
En nuestro programa de radio Encuentro, he tratado abundantemente este tema, aquí le dejo un enlace:
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