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Por César Vidal
Tomado de Unidos contra la Apostasia 
 Hace apenas treinta años, las iglesias evangélicas constituían un fenómeno marginal en Hispanoamérica. Es cierto que algunas acumulaban décadas de Historia a sus espaldas, pero, en términos generales, eran minorías aisladas, despreciadas y, en no pocos casos, sujetas a la persecución. El cambio – en un plazo relativamente breve – fue espectacular. En un suspiro, hablando en términos históricos, las iglesias comenzaron a crecer, a extenderse, a multiplicarse y lo mismo sucedió con los medios de comunicación y la repercusión social. En la última década, la minoría evangélica ha avanzado incluso en algunas naciones hasta el punto de poder considerarse que en una generación más será la mayoría confesional dejando atrás a una iglesia católica espiritualmente tan muerta como cuando llegó apoyándose en los cañones y las espadas de mis compatriotas hace más de medio milenio. Ese retroceso enorme de la iglesia católica, directamente relacionado con el avance evangélico, es quizá la causa fundamental de la elección como papa del argentino francisco. El primer pontífice americano – pero, a la vez, hispano y no indígena para evitar reacciones contrarias – cuya misión esencial es evitar que la iglesia católica pierda el único subcontinente donde es mayoría y, a ser posible, logre sentar las bases para la conquista de los Estados Unidos en un futuro no muy lejano.

En Europa, aunque inmensamente rica y no poco poderosa en algunas naciones, la iglesia católica lleva en retirada mucho tiempo y en África o Asia su presencia no pasa de ser testimonial y, desde luego inferior, a la de las iglesias evangélicas. Sin embargo, no quiero hablar hoy de ese plan católico para neutralizar, primero, y derrotar después a las iglesias evangélicas sino de la manera en que la iglesia católica sigue dejando sentir su especial marca espiritual en el seno de esas iglesias. Lo podría resumir todo con la frase: “salieron de la iglesia católica, pero la iglesia católica no salió de ellos”.
 
En otras palabras, aunque millones de católicos salieron de su iglesia en las últimas décadas para pasar a las iglesias evangélicas no es menos cierto que la iglesia católica no salió de ellos. Por el contrario, el hecho de que el paso a las iglesias evangélicas no haya ido unido a un estudio en profundidad de la Biblia se ha traducido en que su forma de ver la vida, su manera de comprender la realidad y su conducta espiritual sean , en realidad, un “catolicismo evangélico” de pésimas consecuencias. A ello me referiré, Dios mediante, en esta entrega y en las siguientes. Comenzaré ahora con lo que yo denominaría la “venta evangélica de indulgencias”. Me explico. Cuando a inicios del s. XVI, un monje agustino llamado Martin Lutero clavó sus 95 tesis sobre las indulgencias en la puerta de la iglesia de Wittenberg no pensaba ni por aproximación oponerse al catolicismo en el que se sentía totalmente encuadrado. Sí deseaba discutir una práctica consistente en ofrecer bendiciones espirituales – la reducción de la pena en el purgatorio o la salida del mismo – a cambio de dinero. Lutero no llegó a ver que semejante crítica implicaba atacar el sistema de poder económico y social de la iglesia católica y tampoco previó la dureza de su respuesta. Al final, el hecho de aferrarse a la Biblia frente a los intereses más que materiales de la iglesia católica acabó provocando la Reforma. Quisiera enfatizar que esa situación no es algo pasado sino que tiene dolorosos paralelos presentes.
 
Es obvio que, por regla general en el ámbito evangélico nadie ofrece la salvación a cambio de dinero, pero no es menos cierto que cada vez se ha ido extendiendo más la costumbre de ofrecer bendiciones materiales presuntamente dispensadas por Dios… a cambio de dinero. El sistema, con ligeros matices y variaciones, es muy sencillo. Se indica que Dios premia también materialmente a Sus hijos y, a continuación, se subraya que esa bendición está vinculada a la generosidad de éstos a la hora de ayudar económicamente a la iglesia o, en otras palabras, de dar dinero al pastor y su obra. Según esta enseñanza, en la medida en que uno da, así puede esperar recibir. En el continente americano, no resulta incluso extraño que el pastor añada que su propia pujanza económica se debe precisamente a que el mismo entrega mucho dinero a su iglesia, por cierto, la misma de la que procede su sueldo y que suele dirigir con mano de hierro. Esta conducta, muy común en América, aparece en predicaciones cuya base fundamental es que los asistentes podrán pagar la hipoteca, cambiar de automóvil con más facilidad o incluso obtener el permiso de residencia si dan más dinero en la ofrenda. Da y recibirás.
 
Con harto dolor debo decir que semejantes comportamientos se relacionan directamente con el culto de los dioses paganos a los que se daba para recibir. Esa mentalidad pasó a la iglesia de Roma de manera natural – como el título de pontífice máximo también procedente del paganismo romano – y, desgraciadamente, saltaron sus muros para aterrizar en no pocas congregaciones evangélicas.
 
Sin embargo, ni son bíblicos ni son cristianos. A decir verdad, andan más cerca del tráfico de indulgencias medieval que de lo que enseña la Biblia. Por supuesto, la Biblia indica que debemos ayudar a nuestra iglesia local económicamente. También enseñan las Escrituras que Dios bendice económicamente a sus hijos. De hecho, Abraham o Job fueron ricos gracias a Dios y así lo dice la Biblia (Génesis 13, 1-2; Job 42, 12 ss) sin que las Escrituras añadan que eran ricos porque otros eran pobres o tonterías semejantes nacidas del pensamiento políticamente correcto. Igualmente es verdad que el pacto que Dios suscribió con Israel incluía bendiciones materiales (Deuteronomio 11, 13 ss) y no es menos cierto que Jesús contó entre sus discípulos con hombres ricos como José de Arimatea en cuyo sepulcro nuevo se le dio sepultura. Sin embargo, aunque la Biblia señala que Dios da entre otras bendiciones las materiales, en ningún momento indica ni que eso sea lo más importante ni que podamos activarlo mediante la entrega de dinero a un determinado sujeto o que la garantía de que pagaremos nuestra hipoteca se encuentra en dar más dinero en la ofrenda, a un pastor o a un ministerio. Por el contrario, la enseñanza de la Biblia es que debemos saber vivir “con abundancia y con escasez” porque Dios sabe mejor que nosotros nuestra necesidad y porque nuestra primera meta debe ser la búsqueda del Reino (Lucas 12, 30 ss). Enseña también la Biblia que la viuda que echó dos moneditas dio mucho más que los magnates porque entregó todo lo que tenía (sin promesa de pagar la hipoteca o de encontrar un empleo) (Lucas 21, 2 ss). Igualmente, aprendemos en las Escrituras que debemos dar dinero “sin esperar nada a cambio” (Lucas 6, 35) y que a Dios le repugna la conducta de aquellos que, valiéndose de largas oraciones y otros argumentos religiosos, se apoderan del patrimonio de los demás, incluidos los de los más necesitados (Lucas 20, 47). En otras palabras, los que sacan así el dinero a las gentes no siguen la Biblia sino que tienen un modelo en los fariseos rapaces y codiciosos y un antecedente directo en la conducta simoníaca de la iglesia católica. Me permito dar un paso más allá con el debido respeto. Conductas como las señaladas en este artículo constituyen pecado, un pecado gravísimo, aunque los que las practican – igual que los que vendían indulgencias en el s. XVI – estén convencidos de su bondad. Salieron de la iglesia católica, es cierto, pero la iglesia católica en una de sus peores manifestaciones, no salió de ellos y muchos se someten a ellos precisamente porque fue lo que vivieron en su anterior y deplorable vida espiritual.
 
CONTINUARÁ...

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